Sunday, December 10, 2006

Déjà vú

Se suicidó un 1 de enero. Me llamó antes. Yo no estaba. Y él no esperó. Para cuando devolví la llamada era —otra vez— taarde; ya no estaba. Por fin se había ido. No voy a saber nunca lo que quería decirme. No me dejó derecho de réplica. Eso me enojó durante algún tiempo.
Quizá fue esa la razón por la que cada vez me costó más trabajo recordar su rostro. O tal vez fue sólo que no conservé ninguna foto suya (sin contar las de los anuarios que no me interesa consultar, porque el que iba a esa escuela no era él).
Hace poco descubrí un gran parecido en alguien cercano. De pronto lo ví: un cierto ángulo, la luz tenue sobre el rostro... y tuve un flashazo en el que reconocí su perfil, sus particulares cejas, su nariz fuerte y sus labios discretos, tímidos. Por momentos me pareció que hasta en su mirada había resquicios de mi recuerdo bloqueado. Le basta ser intensa para que yo pueda imaginarla nostálgica, ardorosa, con esporádicos brillos de rabia y la serenidad pesada de quien, a pesar de sus melancólicas cavilaciones y de no alcanzar a entender, tenía una certeza. Ahora sé que era la de su muerte. Que él sabía que estaba en sus manos y que lo decidió mucho antes.
El impacto de esta memoria ha sido fuerte. Me ronda en las noches como nunca antes. También en el día... me secuestra los pensamientos.
Y cuando me doy cuenta, me descubro con la mirada perdida, ensartada en una visión que nunca antes había pasado por mi mente... imagino el momento de su muerte... su cara ensangrentada... su mirada viendo más allá con la paz del que de súbito lo entiende todo... los momentos de la asfixia, de la dificultad para respirar, sus ojos implorando a los cercanos dejarlo ir, no hacer nada, no intentar retenerlo en donde hacía mucho no quería estar.
Y sus manos tan blancas, quietas.
Y las cejas prominentes sobre sus ojos cuando por fin se cerraron.

Tuesday, December 05, 2006

Mejor me duermo. Now.

Hay noches y noches...
ésta estoy cansada... me desvelé anoche y madrugué hoy. Salí tarde de la oficina para subirme a mi dulce y verde automóvil y darme cuenta de que se negaba a moverse. Traté de convencerlo pero nomás no quiso. Mejor convencí a Papá Doctor de que fuera por mi y me diera hospedaje... porque claro, en el merequetengue del intento de convencimiento fallido nos dieron las tantas y ya nos dio hueva ir hasta mi casa. Tuve que dejar a mi dulce y verde y descompuesto automóvil en el estacionamiento de la editorial, solito y a su suerte. Pero mientras sacaba mis pertenencias de sus rincones más escondidos, —previendo que mañana tendrá que salir de ahí en grúa—, tuve que recurrir a la contorsión y ¿por qué no? me lastimé la espalda.
Al llegar a casa, La Rubia Superior me consintió con una ligera cena conformada por un par de quesadillas de queso oaxaca con deliciosa y picosita salsa verde. La verdad, al paladar no me picó tanto como cuando sin darme cuenta me tallé los ojos con el poco precavido dedo que minutos antes había hecho contacto con ella...
Aaaaardeeeeeee....