Sunday, June 22, 2008

Sobre profesiones, inconformidades y otras obsesiones

Sobre profesiones y eso... ésta es la parte de ser periodista que nunca me gustó. Odio las conferencias de prensa. No me cae bien haber tenido que levantarme a las 4 de la mañana para venir a una a Mérida. Esto de juntar a un bonche de gente para que divulgue lo que otro quiere, me pone medio malita. Seguro tiene algo que ver con la reticencia que me provocan las imposiciones. Nada nuevo. Es así, me puedes convencer por las buenas de lo que sea, pero si intentas imponerme cualquier nimiedad ten por seguro que me pondré punk, lo siento, no lo puedo evitar.
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Mi mamá contaba mis 33 (y otros 2 hijos) en el primer recuerdo que tengo de ella. No me dejaba ir a casa de la vecina que quería festejarme mi tercer cumpleaños. De La Rubia Superior sólo recuerdo esa restricción, pero no recuerdo su imagen, su cara. De ese mismo día, sí tengo en la memoria imágenes de Mi Mejor Cómplice.
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Llegué al Centro de Convenciones a las 8. Pasan de las 10 y la presentación-conferencia nomás no empieza... y ya me quiero iiiiiir (berrinche, con pataditas y todo).
Los periodistas chacoteros ya se hicieron 'amiguis'... son como 5 y ya apañaron, obvio, la mesa más cercana al buffet de bocadillos rascuaches (y café quemado) y a las 4 chiquitas de carcajada fácil de la comarca. La verdad, ellos vistos de lejos no parecen ni graciosos ni listos, y sin embargo, ellas sueltan intermitentemente escandalosas risotadas en estampidas de mal gusto. Ellas, desde luego, tampoco parecen listas. Eso lo explica todo.
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Por fin entramos. La presentación está lejos de ser una conferencia de prensa, hay como dos mil invitados. Vienen gobernadores de otros estados y todo. Es a lo grande grande, vamos, con pantallas de leds y orquesta sinfónica.
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La gente está realmente emocionada con que esto vaya a pasar. "Esto"meaning el concierto de Plácido Domingo en Chichén Itzá. Están bien orgullosos. Debe ser también una onda medio provinciana. Pasan cosas que ya no pasan en la ciudad de locos donde vivo. Por ejemplo: llega la gobernadora y todo el mundo se pone de pie, como cuando los novios recorren el pasillo de la iglesia en una boda. En DF si alguien se levanta cuando llega Ebrard es para gritarle mentadas o aventar huevazos.
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Edith González, después del 'escandalillo' de la paternidad de su hija aceptada por Santiago Creel, está aquí como maestra de ceremonias del evento y ahora resulta que ya no es rubia, sino que va por la vida de brunette. Como Carrie Bradshaw que en Sex and the City decidió cambiar de look para que ya no la reconocieran después de que la plantaran en su boda y de salir en una edición de Vogue que balconeaba el plantón. Con la diferencia de que a la González ni le prometieron boda en la que la pudieran plantar, ni la sacaron en la Vogue (a lo mucho en Caras).
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En la última fila de la orquesta hay un chico guapo que toca algo así como el trombón y comenta divertido con su colega de la derecha mientras los presentadores —también está Juan Ferrara— dicen que el concierto de las mil columnas..., que Plácido Domingo: el mejor artista de todos los tiempos (y yo pienso qué exageración)..., que el escenario Chichén Itzá: maravilla del mundo mundial... Y de pronto casi sin darme cuenta le cambio al Discovery Channel y de ahí paso al recuerdo de mi luna de miel en la Riviera Maya. El Artista y yo, con sede semanal en Playa del Carmen, rentamos un tsurito para recorrer la riviera a capricho. Uno de los míos era, desde luego, ir a Chichén Itzá a conocer el Cenote Sagrado. ¿Por qué? Porque de chavilla, cuando tomaba ballet, me pusieron una coreografía cuya historia era la de una doncella virgen que iba feliz al sacrificio de aventarse al Cenote Sagrado de Chichén Itzá. No, no sé quién la inventó ni qué se metió para hacerlo. La cosa es que yo entonces me lo tomaba muy a pecho y luego, mas crecidita pues me dio curiosidad conocer el mentado lugar. Ese día paseamos con toda la calma del mundo, tomamos fotos, subimos a algunas pirámides, vimos al Chaac Mol, entramos a alguna tumba estrecha y húmeda, vimos en ella arañas espantosas y se nos fue el día en eso. Sólo nos faltaba el cenote y cuando le recordé a El Artista que había que verlo antes de irnos, salió con que, ay chaparra, ya vimos muchos, ha de ser otro agujerote como los demás, ¿no? igual tantito más grande, pero lo mismo al fin y al cabo. Y nos fuimos porque ya empezaba a llover. Y yo que alguna vez en azote adolescente fantaseé con el suicidio digno y glorioso en el que me aventaba a ese, no a otro, a ese cenote que sigo sin conocer.
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Ahora sólo me aventaría al trombonista. Sin virginidad ni inocencia que ofrecerle.
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En el cartel del evento aparece Plácido Domingo con el pelo castañísimo y apenas unas canas en sienes, barba y mostacho. Pero en el video que nos acaban de poner —que debió grabar hace unos días para esta presentación— sale con una cabellera blanca que le queda bastante mejor a sus años.
Dudas:
a) ¿Se pintará el pelo para el concierto?
b) ¿De cuál color?
c) ¿Estará muy mal preguntar eso en la sesión de preguntas y respuestas para prensa?

Postal

Madrid, 6 de junio de 2008.

Nenita:

Este es el Madrid del que tanto te conté y ahora por fin compartes conmigo. El de las tardes de verano y terrazas de sol a las 8 de la noche. Éste al que corro cada tanto para desenmarañarme las tripas y el cerebro cuando la vida se me viene encima, cuando se me enredan los sentimientos y no sé muy bien para dónde seguir.
Vine porque necesitaba encontrar espacios y momentos y pretextos para sonreir, para acordarme de más motivos por los que, como dice la Venegas, merece la pena vivir.
Te cuento que por aquí la vida de los que queremos va bien. Ani está contentísima, esperando un bebito y publicando libros y Laura, como siempre, es feliz a su sabio modo. Ana, Rafa y Emi están más repuestos de su pena. Y sin embargo, a todos ellos les ha dado tristeza saber que te has ido.
Esto de tu partida ha sido fuerte... muy fuerte para mi. Fuiste una madre y una gran maestra, además de mi mejor cómplice. Así que sí, a ratos no llevo bien tu pérdida. Sé que lo sabes. Y no sé... también me gusta pensar que estás ahora más cerca de mi. Que vienes conmigo a donde voy y que puedo hablar contigo todo el tiempo.
Te escucho muchísimo, ¿sabes? Sólo que aún no me hago a la idea de ya no poder verte, tomar tu mano en silencio. Recostarme en tus piernas y quedarme dormida mientras tú juegas con mi pelo. Me hubiera gustado hacerlo más a menudo, pero me dolía verte. Fui cobarde y egoísta y no podría decir con palabras cuánto lo lamento ahora. Sé que lo sabes y sé que me perdonas porque no he conocido a nadie más bueno ni más sabio que tú.
A últimas fechas pasábamos gran parte de nuestro tiempo en silencio, ¿te diste cuenta? ¿Será que ya nos habíamos dicho todo? ¿Que ya no necesitábamos hablar? Por lo menos, no a lo loco, no por llenar el aire, o por aligerar el tiempo. Sabía que sabías, y sabías que sabía. Bastaba con que tomaras mi mano, bastaba con echarme a tu lado y quedarme ahí, calladita, horas.
Sé de la prevalecencia del alma sobre el cuerpo, pero echaré de menos tus ojos, tu sonrisa, tu hablar irregular y tus amorosísimos consejos. Aunque sepa que esos los llevo en mi y que vienes conmigo, ahora si, a donde sea. Creo que me llevará un rato acostumbrarme. Pero tampoco te preocupes, que voy a estar bien. Y otra vez, sé que lo sabes.
Mientras te-nos-regalo un pedacito de canción:
I believe in you and me.
I'll come and find you
If it takes me all night.
Run until you make it right
And I won't forget you,
At least I'll try.
And run, and run tonight.
Everything will be alright
Everything will be alright
Everything will be alright
Everything will be alright
Everything will be alright...
Tomo tu mano, me recuesto y me quedo así ya, calladita, con todo el amor y el agradecimiento que me cabe en el alma. Porque no hace falta más. Porque tú y yo sabemos.

Monday, June 02, 2008

Ganar vidas

Este barrio, según me cuenta mi queridísima amiga, la Doctora Ilustre, es un híbrido de inmigrantes chinos, bolivianos, y rincones de la España profunda.
En el bar de enfrente, por ejemplo, todas las tardes de entre semana está lleno de viejos que juegan al dominó entre canas, chatos, cañas, y cada vez menos humo de cigarro. Como es de unos bolivianos, los fines de semana sólo van compatriotas y se escucha música andina.
En el tercero de nuestro edificio vive sola, encerrada, una viejita que lleva sin salir de casa algo así como 5 años, y unos 2 en cama. Y luego aparentemente -también me cuentan- ni siquiera es que esté tan mala, ni tan mayor. La cosa es que la señora que atiende la miscelánea de enfrente, le lleva a diario comida. Hoy que me la señaló mi amiga, mira, la señora a tu izquierda es la que le sube de comer todos los días a la del tercero, pensé que seguro la pobre del encierro está mejor conservada, aunque también es casi seguro que sonría menos.
En el último hay un viejillo solo que se dedica a beber, namás. Ya he sido informada de que alguna de estas mañanas lo encontraré tirado en el portal, y que la consigna es, si respira, no molestarlo.
A los 'frikis' que pasan por la calle, por interesantes que parezcan, no hay que mirarlos de más. Sólo a uno, al del barrio que ya es conocido, el de la bolsa del Corte Inglés llena de lo que sea (como si son dedos de quién sabe quién), a ese hasta se le puede saludar. O no.
Pero la mejor de las historias es la de los chinos que trabajan ganando vidas en el café internet de enfrente. El letrero del local está en chino -chinísimo- y sólo hasta abajo, en letras chiquitititas -como las de los contratos trácalas-, dice Internet. Y sólo entran chinos, adolescentes en su mayoría. Y la puerta de entrada permanece cerrada. Y cada que sale uno, tras unas once horas de estar allí dentro, la vuelve a cerrar. Se rumora en el barrio que estos chicos se dedican a jugar videojuegos de esos muy cabrones en los que tienes que tener un montón de vidas acumuladas para subir de nivel y poder algún día llegar al final. También dicen que los gringos, como son idiotas, llega un momento en que prefieren comprarlas porque les resulta imposible ganarlas. Así que estos chinitos avecindados en el centro de Madrid, trabajan turnos de once horas ganando vidas que sus empleadores venden a todo aquel yanki que lo solicite electrónicamente, en cantidades suficientes para que el tráfico de vidas de videojuegos sea negocio.

Vaya cosa, y una que namás con preocuparse por no perder la propia en pendejadas, ya tiene.