Sunday, November 30, 2008

Cápsulas de tiempo

Desde que salió Heroes me ha dado por pensar en esto como una posibilidad "real": si a mí me dieran a escoger un súper poder, elegiría el de viajar en el tiempo. Aunque sí, estoy consciente de que las probabilidades de que pase son —llámenme loca— pocas.

Hace años, cuando nos reencontramos, un ex novio me preguntó si no teníamos una cápsula del tiempo. Como yo no sabía de qué me hablaba, me explicó la idea romántica de la cajita con recuerdos que se entierra en algún sitio significativo, en espera de que algún día, pasado mucho tiempo, regresen los enterradores a buscarla para hacer un viaje en el tiempo provocado por los sentimientos y recuerdos que quedaron allí guardados. No, no la teníamos. Me ardió que me confundiera con quién sabe cuál de sus novias, pero más me ardió no contar con ese ardid para recuperar, aunque fuera de forma "artificial" e inducida, parte de mi pasado de una forma vivencial y emotiva. Porque ah, cómo se apelmaza la memoria. O será que la información que vamos almacenando día con día en el disco duro sepulta cada vez más hondo los recuerdos valiosos de etapas importantes.

Este 2008 reencontré a alguien que cada que veo me regala un recuerdo chingón: desde mis ensayos con un tal Luis en su lanchón verde estacionado afuera de un bar coyoacanense, hasta las clases del CADAC en las que había que representar a un huevo estrellado. Tras estas pistas se me ha venido encima una avalancha de sueños y sonrisas que había ido dejando en el camino y que hoy quiero recuperar. Hoy que sé cuánto pesan las circunstancias y que hay que aprovecharlas cuando se acomodan a favor. O que de pronto vale la pena aventarse el tirito de hacer que se acomoden, sólo para no seguir acumulando abandonos que reprocharse a uno mismo, porque a estas alturas empieza a ser irresponsable perder más tiempo.

Es así que por estos días me tienta a cada rato la idea de hacer cápsulas del tiempo, porque hay cosas que no quiero que se me vuelvan a olvidar. Y entonces fantaseo con dejarlas en varios lugares, no necesariamente simbólicos, no sea que algo me vuelva a distraer y olvide que esos sitios significaban algo. Mejor dejarlas en lugares bien predecibles, como el último cajón de la cómoda de mi recámara de soltera en casa de la Rubia Superior, el "clóset prohibido" de la casa de mi hermana —que fue nuestro hogar de infancia—, o el compartimento que en mis armarios de los últimos cinco años ha ocupado media docena de cajas —unas de zapatos, otras de regalos, alguna más de whisky (¿por qué no?) y una lata de aluminio— con la memorabilia de mis historias entrañables. Historias en las que cartas, borradores, dibujos, poemas, u objetos comunes como encendedores, monitos, globos, dulces, trompos, boletos de cine, de conciertos, y otros por el estilo, significaron algo.

En fin, ahora lo que temo de enterrar mis cápsulas de tiempo por ahí, es que luego cuando las quiera sacar, me tope con la sorpresa de que les han construido casas o avenidas encima. O que se han podrido. O que las encuentre alguien más antes de que yo regrese a buscarlas.

Quizá más bien deba ejercitar mi memoria y darle un voto de confianza. Mi actual proveedor de recuerdos, por ejemplo, no guarda nada. Lo que le queda está sólo en su memoria, bastante selectiva por cierto, y con eso tiene. Y no está tan mal donde hasta le alcanza para compartir conmigo.

Como sea, yo , desconfiadota, no echo en saco roto lo de las cápsulas. Por lo menos en lo que alguien termina de construir la máquina del tiempo o a mi me dan mi súper poder de viajar en él a voluntad.

En tal caso, prometo sólo usar mi poder para ir a desenterrar mis cápsulas antes de que les construyan nada encima o me las gane algún gusano.