Sunday, December 28, 2008

Cinco, cuatro, tres...

ya se está acabando, ya no queda casi nada.
el 2008 se muere al fin y a mi me vienen estos ataques de nostalgia lerda que se me embotan en el ojo izquierdo. y arde. luego él y su compañero de la derecha lagrimean escasamente y la presión del ojo se divide para mandar una parte a mi garganta. y duele. ahí donde se me atoran los muertos y las ausencias. duele.
y namás faltaba que me diera cuenta para que el lagrimeo poquitero se pusiera generoso y el nudo de la garganta se convirtiera en un alien que se mueve, impaciente por soltarse.

Tuesday, December 23, 2008

Debo, no niego... Pago, va.

La noche del domingo pasado tuve un malviaje. Pensé que me iba a morir. Hace un par de semanas murió la mamá de un amigo querido en un accidente de carretera y eso ha de haber influido en que no pudiera sacar de mi cabeza la idea de que la siguiente vez que manejara en carretera, para lo que faltaban sólo unas horas, tendría un accidente del que no saldría viva.
Primero me extrañó la insistencia del pensamiento, después me asustó mi tranquilidad y al final me imaginé y concluí que esto era exactamente lo que debía pasarle a la gente que presentía su muerte. Y entonces, por un largo par de horas, no encontré motivos para dudar que todo apuntaba a mi irremediable fin: desde las emociones a flor de piel exaltadas por una noche negra —negrísima— y serena que sirvió de escenario para el quisquilloso repaso de mis historias y sus personajes, hasta los mensajes del fuego en la chimenea de una casa ajena y las reservas de una cama que desconoció a mi sueño.
Hoy, mientras más lo pienso, más me convenzo que esa noche (o a la mañana siguiente, pues) pude haber muerto. Porque me sentía en paz. Envuelta en una paz rarísima que nunca antes había sentido.
Y de pronto, entre decenas de clarísimas señales de que era mi última noche viva porque estaba libre de deudas con el mundo, entendí que esa liberación sólo espera, por el momento, que atienda mi deuda conmigo.
Por eso, amable (y necio y apreciado) lector, decidí no morirme en la carretera. Porque pues... ¿mejor me pago, no? Porque ya qué pena que me encuentro conmigo todas las mañanas —todísimas— y ya con qué cara me digo que no tengo...
Si lo único que no tengo ya son pretextos.
Afortunada —afortunadísima— mente.