Thursday, May 14, 2009

La vida sigue igual

De pronto la gente aparece y desaparece mejor que si estuviera orquestada por el mismísimo David Copperfield. Seguramente le pasa a todo mundo. Y seguramente pasa todo el tiempo. Es sólo que por estos días la actividad en el departamento de ilusionismo de mi película se agudizó y me agarró de sorpresa por ejemplo, la reaparición de aquel Cineasta que hace un par de años desapareciera del mundo conocido apenas unos días después de que nos confesamos nuestro mutuo crush. Casi un año después nos topamos en el aeropuerto una tarde que yo escapaba a Madrid y el volaba a LA. Cuando me pidió que nos encontráramos al terminar su visita a la Casa de Cambio y la mía a mi banco asentí con una sonrisa, pero al salir de Banamex me alejé lo más posible de la zona donde había posibilidades de volverlo a encontrar. La semana pasada, mientras revisaba mi facebook en espera de alguna respuesta del Falso Ingeniero (aparecido hace poco más de un año, luego de 13 de ausencia y desaparecido en fechas recientes por causas desconocidas), encontré a cambio al Cineasta de vuelta. Las noches son de nuevo insuficientes para volarnos la cabeza... y las confesiones sólo han sido reiteradas. A mi, con todo y que tengo muy claros los peros, los viajes, las distancias, los horarios, la locura (suya y mía), me da emoción que me invite a sus sueños. Aunque me cueste negarme que tal vez no es buena idea soñarlo demasiado.
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Qué mes raro ha sido éste. La gente a mi alrededor está asustada, recelosa, desconfiada, enojada, incrédula, temerosa, insomne, ansiosa... Yo llevo muchos días cobijada en la casa familiar: llegué huyendo de las obras de Revolución y Patriotismo, luego corrí a Miami y al regreso me instalé aquí para garantizar la tranquilidad de la Rubia Superior a propósito de los contagios de influenza a h1n1. Ayer que ya tenía pensado dirigirme a mi casa después de los vinitos con Campanita y El Pedazo de Animal, no encontré mis llaves. El caso es que no termino de volver a mi casa, ni de irme de acá. Es como si... como si... como si... no sé, como si no fuera buen tiempo.
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Hoy hace un año que La Nena se fue. Y como muchos otros días pensé en cuánto la extraño. Recordé el último día que nos vimos. Ale, su sobrina, me contó sus últimas horas, sus últimas conversaciones. Lloré. Lloré su falta y su sonrisa ausente, lloré mis promesas incumplidas, lloré mi desamparo, porque sí: me dí cuenta que me he quedado sin cómplices. Fui con Ale a comprarle flores. Al llegar a esa parte de la calle donde hay muchos árboles, antes del cruce con la avenida, recordé todas las veces que de niña recorrí ese trayecto con La Nena tomándome la mano... Siempre en ese punto yo proponía: ¿nos vamos por el bosque? Y en vez de caminar en recta por la acera, tomábamos el camino diagonal entre tierra, pasto y árboles que no sumaba más de 50 metros. Ése era mi bosque.
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Viví muchos años pensando (y diciendo, desde luego) que no me gustaban las flores. Me callé cuando a mi primer novio —a los 19 años— se le ocurrió regalarme una hermosa rosa roja cada mes. No sólo eso: cuando empezaban a marchitarse, las ponía a secar de cabeza para que conservaran sus pétalos, y durante un par de años las guardé. Entonces decía que sólo me gustaban esas flores, y sólo por su significado.
El Ex Novio Prohibido era un rockero rudo entre cuyos cortejos hubiera sido impensable contar regalarme flores. Y sin embargo, un día de arrebato, sin ningún motivo aparente, se aventó el detallazo de llegar con un ramo de rosas rojas para mi, que me aventé la groseriota de olvidarlo en su cuarto de ensayo. Bu. Nunca más. Desde entonces los ramos de rosas rojas me provocan esta sonrisa nostálgica y resignada fruto de lo imposible y lo irrecuperable.
El Artista
con quien me casé, el novio más detallista de todos los novios que pueda haber en el mundo mundial, a lo largo de 4 años me regaló de todo (y quiero decir, todo), excepto flores.
Hoy en el puesto, rodeada de girasoles, acacias, lilys, gerberas, nubes, claveles, rosas, geranios, aves del paraíso, margaritas, violetas, orquídeas y demás exquisiteces, me acordé de mi cuando decía que no me gustaban y pensé que sí, que seguro me estoy haciendo mayor.