... me encontré con esto y se los comparto:
Otra tormenta. Aunque a estas alturas ya no aterra como las primeras. Asusta, sí. Eso es inevitable.
Hace poco más de un año, al ver avecinarse la tercera, me atrapó una parálisis de pánico. Y pasaron por mi mente cualquier cantidad de ideas terribles. Ahora pienso que esa sensación debió parecerse a la que dicen que uno tiene instantes antes de morir, cuando ves pasar tu vida en un segundo.
De hecho creo que es peor, porque un segundo antes de la muerte uno sabe que va a morir y que todo el sufrimiento está por terminar. Sin embargo, en el caso del que hablo eso no pasa: no se ve la muerte ni remotamente cerca y lo que pasa por tu mente son las versiones más torcidas e infames de lo que será tu vida después de "la catástrofe".
Porque, para colmo, estás seguro de que no te vas a morir. Nadie se muere en esas tormentas de vida en las que todos vemos hacérsenos pedazos el alma y caemos en la desesperanza de pensar que no va a haber forma de juntar los cachitos y unirlos de nuevo.
Otro desengaño. ¿O no? La verdad es que esta vez no creí como antes. No ciegamente. Aunque me hubiera gustado. De verdad que me hubiera gustado.
Como sea, igual dolió. Igual, y distinto. En cantidad, igual. Aunque también supongo que el umbral del dolor se va haciendo más grande. Que uno va haciendo callo, pues.
La primera tormenta fue intermitente. Duró varios años y aunque de pronto salía el sol, siempre había nubes presentes. Seguro eso hacía más excitantes los días con luz... sabíamos que las nubes ahí seguían y que el aguacero se podía soltar en cualquier momento. Así que cuando se podía, la gozadera era infinita, tanto como efímera.
La segunda... ¡qué fuerte! Hubo que replantearse si queríamos seguir viviendo en ese lugar de clima caótico o si nos mudábamos, por separado, claro, a buscar parajes más amigables. Yo estaba ávida de luz. Había pasado un día por una región cálida que me gustó, me detuve un poco ahí. Escuché decir que no solía haber mal tiempo en ese lugar.
Decidí que me mudaría allí . Y me vino muy bien, una vez que me acostumbré a mi nuevo hogar. Aunque no pude olvidar el anterior. Tampoco pude evitar por completo extrañarlo. Y hubo momentos en que hasta lo añoré, muy a mi pesar.
La tercera tormenta vino de imprevisto y escoltada por un fuerte terremoto. A las primeras gotas, el miedo de los inevitables recuerdos me paralizó. No reaccioné sino hasta que empecé a ver la tierra abrirse a mis pies… Corrí empapada; nunca sabré en qué mas, si en lluvia o en lágrimas.
Me detuve cuando de pronto me descubrí en un sitio conocido. Aquél de hace años, el de lluvia intermitente. Y sentí el cobijo de algunos días con el Señor Sol. Uno y uno. Uno y dos. Dos y tres. Uno y cuatro. Uno y diez. Dos y Cien. Todos y uno cada mucho.
Hoy otra vez estalla mi alma. Después de tantos años pareciera que sigo parada en la única esquina del mundo en la que nunca terminará de escampar.
Tal vez sea que, como la música, la lluvia la traiga por dentro.
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Uy, qué triste estaba cuando escribí esto. Hoy no. Hoy sólo estoy enferma y me siento sola, porque no tengo ni té en mi casa. Si, así de incoherente como suena. Buah. Ya pasará.
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5 comments:
Falta de confianza... Acá hay harto thé...
Pa' la enfermedá': un thé.
Pa' la soledá': dos thés.
Hoy te llevo al super, amiga, sin pretexto. El vivir sola imlica eso, también: tener una alacena con lo indispensable, como bolsitas de té o de perdida, unos tylenols.
Gracias a todos. ya stamos mejor. lo suficiente pa ir al super a comprar una buena dotación de tés. y como dice my drinking mate! despertar la cosquilla de hacer crecer mi nuevo espacio.
Besos sin mocos.
Los mocos le daban un toque especial...
:D
Un beso.
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