Gracias al amigo al que envidio por que él fue al Madrid y yo no…, al que se acordó de mi el día de su boda pensando en apuestas y razones válidas para casarse y al que me recordó recientemente y en momento clave lo importante y grato que es viajar ligero. Todos son el mismo. Gracias, Miguel, te quiero.
Y yo, que tantas reservas tenía de conocerle.
O de dejarme conocer por él o por quien fuera.
Y yo, con mis máscaras… caretas de aliviane y de chica cool que más que mentirosas funcionan como impenetrable escudo de mi vulnerabilidad…
Y yo, que entre risas, ironía y sarcasmo me encargo de decir a gritos sordos: “No chico, no se te ocurra pensar que soy débil o sensible. Tengo todo bajo control.”
Y yo, que a fuerza de repetirlo… pues claro, me lo creí.
Mira tú que al final me salió el tiro por la culata… que por el nervio no paré de hablar, que por ratificar mi seguridad respondí con aplomo y detalle a todas sus preguntas y ahora resulta la imparejidad de que él lo sabe todo y yo casi nada.
Y él, que un día bajó la guardia con un recriminado “te echo de menos” que alborotó la boca de mi estómago con emoción adolescente y vértigo.
Y él, que todo lo que tuvo que hacer fue preguntar, y sonreír, escuchar con atención y mirar con verdes ojos a ratos incrédulos y a ratos asombrados.
Y yo, que de pronto me descubrí pensándolo y esperando sus letras o su ventana o su música como si mi escudo estuviera de vacaciones.
Y si, confieso que tuve un lapsus de ilusión. Incluso que, envalentonada por una ráfaga de optimismo pensé que era tiempo de darle un añito sabático al mentado escudo y dejarme llevar… aun con el riesgo de que el destino fuera, una vez más, un paraje lluvioso.
No fue. Ni paraje lluvioso ni esplendorosa playa. Simplemente no fue.
Algo pasó, se frenó la inercia del enamoriscamiento y se me cayó la ilusión al tiempo que a él se le cayó el interés.
Me queda sin embargo, que me ha gustado conocerlo y que, en honor a la justicia, debo agradecerle la confrontación no sólo con la Mi Misma urgente de desescudarse, sino con lo que parece ser LA nota: la susodicha está dispuesta a hacerlo, quiere enamorarse de nuevo.
Yes, I do.
Con todo y la serenidad que me han dado tales certezas, debo admitir que en esta tarde de lluvia y calma me vino a la mente él, su expectante sonrisa de mueca, sus ronchas y “sus días”… y se me dibujó una sonrisa y no pude evitar pensar en qué estaría él haciendo ahora.
Yo, hoy, más que el domingo en que le dije todo esto sentados en la cíclica mesa del principio, ando viajando ligera. Llevo mi cámara, eso sí, y voy tomando fotos mientras pienso en los cuadros que aún me faltan por colgar.