Monday, September 29, 2008

Sueño de sangre cubana

Waldo nos lleva en su auto a la galería donde está la exposición de Duvier del Dago en Centro Habana. Su carrito ruso tiene 25 años, un Lasa pintado de verde ¿o azul? aguamarina. Se cae en cachitos cual bimbuñuelo y no tiene manijas para subir las ventanillas. Bueno, tiene una, que tomamos a turnos René, Natalia y yo para que no entre la lluvia mientras vamos por el malecón. Dice que hace poco lo compró, no con dinero —por supuesto— sino a cambio de una vajilla de plata que había pertenecido a su familia (una muy importante y respetada en Cuba) por décadas.
Cuando se lo contó a la nieta de Natalia (que es su prima y que ahora reside en México), la pequeñita sin muchas referencias de un país comunista simplemente no lo podía creer: fue a corroborar la información con por lo menos 10 allegados a la casa, antes de preguntarle indignada a Waldo cómo se le había ocurrido cambiar las “joyas de la familia” por semejante mierda.
Natalia toma con sabia gracia esa característica de los chicos de hoy, medio malcriados medio inconscientes. Ellos no saben lo que es un país comunista y no entienden la vida en él, dice. Sonríe resignada y empieza a recordar cómo fue su infancia en Cuba, sus veraneos en las fincas. Dónde, pregunto. En toda la isla, había en Camagüey, en Villa Clara, en Las Tunas, por todos lados, repone. En el 61, en los primeros años de la Revolución, sus padres partieron a México con ella y sus hermanos; se dedicó al periodismo y no se preguntó mucho más. Cae en su memoria la crisis de identidad y raíces que le vino 20 años después, cuando ellos murieron en un accidente y ella decidió recuperar su país, su familia, su pasado. Entonces regresó a la isla y la encarcelaron. 4 horas más tarde, ante la estirpe de su apellido, los oficiales no tuvieron de otra que dejarla libre. A su vuelta a México escribió y publicó un artículo sobre ese viaje. Le costó 6 años de castigo: el gobierno cubano le prohibió la entrada. Se disculpó, prometió no volver a escribir del tema, explicó que estaba reencontrándose y reconociendo. Cerca del 90, el régimen la perdonó y pudo volver de visita. Dejó el periodismo y se avocó a la promoción del arte cubano en el mundo.

Waldo nació después de la Revolución, ha vivido toda su vida bajo el régimen de Fidel Castro. Sin embargo, sí ha salido de Cuba: dos veces fue a México y una a Londres. Mientras hacemos un recorrido por galerías y estudios de artistas cubanos me habla de la obra de ellos: que Santiago Rodríguez es el único que pinta la santería desde una perspectiva filosófica y nunca folclórica, que la obra de Balkia está inspirada en la religión secreta de los Abakuás que no admite mujeres (por indiscretas y por las debilidades que propicia su sexo), que ya es bien difícil conseguir obra suya, que se suicidó hace pocos años, que apenas rebasaba los treinta. Y de ahí se sigue hablando de la soledad y de lo que inspira y marca el arte que se produce en Cuba, me dice: mira, te voy a dibujar la razón del arte que se hace aquí. Toma mi cuaderno, mi pluma y empieza un trazo que termina siendo la isla con su mar. Todo es agua alrededor, recalca. Creo entender: están tan ajenos a todo lo que pasa afuera que lo que hacen aquí no puede sino venir de dentro, de las tripas.
Me habla del miedo que tienen los cubanos al agua, al mar, dice que nunca van... que si te ahogas, que si te escapas. Por eso sólo van a la playa en julio y agosto, nunca se meten más de doscientos metros y no vuelven hasta el siguiente año.
Me cuenta que cuando era niño y su país contaba con el apoyo de la Unión Soviética, soñaba con ser astronauta y viajar a la Luna. No a Europa, ni a Asia, mucho menos a los cercanos e inmundos Estados Unidos. A la Luna. Lo dice y sé que piensa que es una ironía del tamaño de su isla.
Así somos los cubanos, ríe, si nos creímos esa, nos creemos todo. Nos gustan los ideales, las utopías, por eso yo me podría enamorar de ti en dos minutos, sólo porque quiero creer que eres lo mejor. Le digo que me esperaba cierta tristeza entre sus paisanos y que aunque puedo ver el desencanto, la tristeza nomás no aparece. Bueno, es que no nos podemos detener en el llanto, alega mientras por la avenida vemos el segundo camión cargado de refrigeradores que tienen 50 años funcionando a punta de remiendos. El gobierno ha decidido cambiárselos por unos chinos, que gastan menos energía. Así que puede entrar a sus casas y quitárselos.
Entre los enormes Fords de los 50 y 60 que circulan a nuestro alrededor me pregunta, ¿hueles? son motores diferentes, han arreglado estos autos a lo largo de los años, les ponen motores de tractor y usan un combustible distinto… cuesta menos, pero funciona, jah. Por eso es rara la mezcla de olores que despiden los motores en estas calles. Me quedo callada, oliendo, pensando, y él anticipa: mañana verás la obra de Sandra Romero y vas a entender por qué te digo que somos un país de sueños. Recuerda el mismo discurso, repetido una y otra vez a lo largo de su infancia: "el imperialismo se va muriendo, ya se va a acabar —prometía Fidel todos los días—, y un día vamos a progresar". Cuarenta años han pasado y Waldo aún espera ese día.

Mientras escribo desde una habitación inmoralmente lujosa en el hotel Saratoga de La Habana, pienso en mi abuela que era de Camagüey y en la familia que dejamos perdida en esta isla, en la sangre cubana que se me ha revuelto estos días, en la fuerza de espíritu de este pueblo que en medio de agua salada y desconcierto es capaz de encontrar el valor de la vida sencilla que en mi mundo se ha perdido, una vida que, carente y todo, apenas deja pequeñas rendijas para la entrada del desánimo. Y pienso también en mis sueños, desdibujados o redibujados por lo que dice “el mundo” que debo de soñar.

2 comments:

Exenio said...

Si nunca hubiera conocido las estaciones del año y tuvieran que hacerme entender lo que es el otoño, leyendo tus líneas lo comprendería... así se sienten, a la melancolía, al aire limpio que ha dejado atrás la lluvia y su tarea de "barrer" el medio ambiente, a cielos azules con nubes blanquísimas, a muchas otras cosas.

Los sueños "entrañados", aderezados por el miedo (fundado o no) por el mar y el "cerco" impuesto (o auto-impuesto), en manos de aquellos artistas no pueden sino proveernos de imágenes que, necesariamente, tienen que ser explicadas por un "natural" salvo que...

María said...

No sé si al escribir esto tenía claro lo que quería describir, ese otoño que sabe más a invierno pero que no pierde nunca el retrogusto (como dirían los sommeliers mamones) a veranito que vale la pena. Pero me alegro de haberlo logrado.